UN VIAJE AL PASADO: LA MEMORIA GUSTATIVA DE LA INFANCIA
Escrito por Karla Amaya | Categoría: Experiencia



Ciertamente, tenemos preferencia por sabores específicos y, muchas veces, no sabemos explicar por qué nos agradan o desagradan ciertos ingredientes. Todo está en la memoria gustativa: una relación que existe entre los sabores y los recuerdos.
La comida es mucho más que un sustento; es un conector con nuestro pasado, un hilo conductor que puede transportarnos a momentos de paz, recuerdos y amor.
Nos provoca una conexión emocional que se conoce como “nostalgia de los sabores”, ese anhelo por los sabores de la infancia que nos devuelven al recuerdo, a una persona, un lugar o un tiempo que nos formó y nos hizo ser quienes somos hoy.
Científicamente, nuestro cerebro está programado para asociar sabores y olores con los recuerdos. Esto se debe a que la amígdala y el hipocampo están estrechamente relacionados con los centros de la memoria. Cuando mordemos un alimento —como un pay, unas enchiladas o una sopa—, el cerebro conecta inmediatamente con las experiencias emocionales y sensoriales vinculadas a ese alimento. Al igual que en Ratatouille, un olor o un sabor puede transportarnos a momentos del pasado, acompañados de un torrente de emociones.
Los alimentos que nos gustaban de niños suelen convertirse en nuestro consuelo de adultos. La comida desempeña un papel único en nuestra vida emocional. En la infancia, muchos de nuestros momentos más felices giraban en torno a comidas compartidas con la familia y los amigos. Ya fuera una cena familiar semanal, un cumpleaños o el Día del Niño, esos recuerdos quedaron profundamente arraigados en nuestra memoria. Los alimentos que asociamos a esos momentos se convierten en símbolos de amor, cariño y conexión.
Recrear esos platos en la adultez nos permite volver a conectar con quienes quizá ya no están con nosotros y revivir esos momentos entrañables.
Esa es la memoria gustativa, o como la llamó Proust con sus famosas magdalenas, la "memoria involuntaria". Es un fenómeno fascinante: los sabores, olores y texturas tienen un vínculo directo con el sistema límbico, la parte emocional del cerebro. A diferencia de otros sentidos, el gusto y el olfato pueden evocar recuerdos de forma instantánea y vívida, muchas veces con más fuerza que una foto o una canción.
En la película Ratatouille, hay una escena que nos recuerda que comer no es solo alimentarse. Es una experiencia emocional, sensorial y, muchas veces, espiritual. Con esa escena magistral, la película nos transmite algo esencial: a veces, lo más simple puede ser lo más poderoso.