Lo que no dice mi INE
Escrito por Maria José González | Categoría: Experiencia

Hay un momento en que dejas de seguir recetas al pie de la letra. Dejas de medir el aceite como si fuera oro, de mirar de reojo si lo estás haciendo “bien”, y empiezas a confiar. (Ojo: la leche no entra en esta categoría. Esa traicionera, si te distraes medio segundo, se desborda. Y luego toca limpiar con paciencia y una sonrisa resignada.)
No confías en una fórmula, sino en algo más sutil. Una voz que no suena, pero se siente. Una intuición suave que no grita, que susurra: así está bien, así sabe a ti.
Esa voz no surge de la noche a la mañana. Se cocina despacio, como un fondo que burbujea sin prisa. Nace de la repetición, sí, pero también del asombro. De probar, de fallar, de jugar con ingredientes sin miedo. De escuchar lo que te dice la cuchara, el cuchillo, el aroma que cambia sin aviso.
Al principio cocinamos con muchas voces en la cabeza: la abuela que decía “no se revuelve el arroz”, el chef que marcaba el punto exacto, el libro que insistía en pesar hasta el agua. Pero si haces espacio, surge otra voz. Una que dice: “Esto no lo aprendiste, pero lo sabes.” Que te invita a improvisar, a poner una pizca más de lo que amas, aunque no venga en la receta —aunque no tenga el aval de nadie más.
Esa voz es tuya. No está hecha de reglas, sino de historia. De lo vivido, lo llorado, lo celebrado. De domingos en familia, olores que se quedan pegados al recuerdo, momentos que se vuelven eternos. También está hecha de tus ganas, de tus sueños: lo que te gustaría contar sin palabras, pero con un plato.
Cocinar con tu propia voz no siempre es perfecto; a veces se te pasa la sal o dudas en el camino. Pero incluso esos momentos tienen un valor profundo, porque son parte de ti. Esa voz interior crece con el tiempo, en los silencios de la cocina y en los errores que aprendes a amar. Cuando la escuchas, descubres que lo importante no es seguir reglas, sino expresar quién eres con cada plato. Cocinar así es hablar sin palabras, es dejar que tu alma se muestre en cada sabor.
A lo largo del camino, rodearte de personas que tienen tan clara, firme y presente su voz es sumamente inspirador y enriquecedor, personas que se enfocan en llevar al mundo una parte de ellos, no de hacer de ellos una parte del mundo, y esto no significa vivir creando nuevas técnicas, significa hacer de ellas tu medio de expresión, que logres trascender en el paladar de los comensales y que incluso sin saber que tu estas de fondo, al momento en que lo degusten, sepan sin dudas, que eres tú, que estás ahí y que gritas fuerte desde la cocina, desde tu laboratorio, entregando amor, pasión, tiempo y dedicación.
Si como yo todavía llevas el alma con un delantal nuevo, pero las ganas bien puestas, no te preocupes. Vamos paso a paso, forjando y fluyendo nuestra historia con cada sabor que dejamos con todo el corazón en el plato.
Y ahora te pregunto:
¿A qué sabe tu voz?